5-TOM (II)

Shulgin with wife, 2002

(fragmento del capítulo 36 de PIHKAL, 2ª parte)

(lee aquí la primera parte)

¿Recuerdas a la familia de los «coños»? ¿Te gustaría saber cómo continuó la experiencia? ¿Sabes a qué le llama Ann la «capa de la MDA»? Éstas y otras respuestas, a continuación…

David empezó a reír: «La semana pasada, estábamos comiendo con un grupo muy decoroso de químicos, que nos visitaban desde la Costa Oeste, y uno de ellos realizó la habitual pregunta educada: “¿En qué estáis trabajando vosotros dos estos días?”. Cuando Shura le habló —ya sabéis, de manera muy informal y completamente serio— sobre los TOMs y los TWATs, se produjo un silencio sepulcral, y entonces uno de los tipos estalló en risas y los otros se atragantaron con sus sándwiches y… bueno, ¡digamos que a partir de ahí el camino se hizo cuesta abajo, como podréis imaginar!».

«De todas formas», dijo Shura cuando se restauró el silencio, «Alice y yo hemos tomado ésta en dosis de hasta cincuenta miligramos, y yo estoy deseando probar eso de nuevo», desvió su mirada hacia mí y yo asentí, «pero algunos de vosotros podríais querer ir más abajo, puesto que se trata de una nueva».

George asintió vigorosamente con la cabeza, al igual que Ruth. Yo estaba segura de que John se apuntaría a los cincuenta de Shura y míos: él tomaba habitualmente la dosis máxima que le ofrecíamos. Ben no era predecible: algunas veces se igualaba con Shura, pero otras se mostraba cauto, probablemente debido a una reciente subida de tensión que, según nos había dicho, fue leve, pero de todos modos preocupante, a su edad.

Shura prosiguió: «Parece que tiene lugar algo de distorsión temporal, mucha fantasía con los ojos cerrados, y Alice la encontró muy interesante para contemplar cuadros en los libros de arte. Tarda aproximadamente entre 45 minutos y una hora y pico en alcanzar su meseta, y la bajada comienza alrededor de la cuarta o la quinta hora».

«Es una de las largas: transcurren entre ocho y doce horas antes de que puedas dormir, dependiendo de la dosis. Yo me encontraba muy energético al día siguiente, pero Alice decía que estaba bastante planchada, por lo que puede que necesitéis el domingo para recuperaros o puede que no».

Ruth tomó la palabra: «Tenemos colchonetas y mantas para todos, en caso de que alguno quiera pasar la noche. ¡Y un montón de huevos y beicon para desayunar!».

«¿Cómo es esta sustancia en el cuerpo?», preguntó Theo.

«Para mí, buena. Alice sintió algo de pesadez una de las veces, pero la siguiente se encontró bien, así que no puedo hacer predicciones sobre eso. Ninguno de nosotros halló la más mínima amenaza neurológica por ningún lugar».

Tras la discusión habitual, Ruth decidió ser modesta, 35 miligramos, mientras que George dijo que probaría 40. Emma, que solía ser bastante aventurera —se describía a sí misma orgullosamente como una muñeca de porcelana con cabeza de hierro— dijo que tomaría 45. Ben, Theo y David dijeron que 45 sonaban razonables. John, como yo había previsto, votó por la misma dosis que los Borodin: 50 miligramos.

Después de chocar vasos en el tradicional círculo y tragar nuestro 5-TOM, nos dispersamos en varias direcciones. Yo salí, por la puerta de atrás de la cocina, al patio, donde pude sentarme en la mesa exterior redonda pintada de blanco y fumar, bajo una magnífica enredadera de kiwis que los Close habían cuidado amorosamente durante años. Había sido guiada con rejas de madera por uno de los lados del patio, y todos los otoños les proporcionaba cestas llenas de kiwis, que compartían con todos los que conocían a quienes les gustara esta delicada y translúcida fruta verde.

Volví a la cocina a por un vaso de agua fría, y me encontré con Ruth, quien me sonrió: «¿Cómo lo llevas?».

«Bien, de momento. Sentí una alerta hace un rato, y supongo que se está desarrollando. ¿Qué tal tú?».

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Se quitó la sudadera con un gesto familiar: «No lo sé. Un poquitín floja, creo. No está mal, pero no hay mucha diversión todavía. Creo que iré con los otros a la sala de estar a escuchar a Shura y a Ben competir entre ellos: eso me mantendrá distraída hasta que me suba».

Yo regresé al patio, con su suave luz del sol, y me quedé un rato, fumando, disfrutando el aislamiento, mientras realizaba un seguimiento de los efectos. Progresivamente fui tomando consciencia de una cierta incomodidad en mí, y recordé la palabra de Ruth, «floja». Había también un vago dolor atravesando la parte trasera de mis hombros, y mi estado de ánimo era cualquier cosa menos desenfadado. De hecho, me sentía ligeramente deprimida.

Debería unirme también al resto de conejillos de Indias. La transición suele ser una lata para mí. Nada nuevo en eso.

En la sala de estar, me encontré a Theo tumbado boca arriba sobre una de las alfombras, cerca de la gran chimenea. En el otro extremo de la larga estancia, David yacía acurrucado sobre otra alfombra, con John a pocos centímetros. Ben y Shura estaban sentados en el sofá, intercambiando atroces juegos de palabras, mientras Emma se había sentado acurrucada en un sillón, riendo. Parecía que se sentía bien.

Ruth estaba sentada en otra silla y parecía un poco inquieta: sus pies descalzos se torcían y frotaban entre ellos y sus manos acariciaban su falda o toqueteaban con los dedos las piedras de ágata de su collar.

George permanecía muy inmóvil en su silla, sólo moviendo las puntas de los dedos sobre los reposabrazos. Mientras yo miraba, él de repente se estremeció y se incorporó, anunciando con voz inusualmente desanimada que se iba al piso de arriba. «Tengo que meterme bajo la manta eléctrica, pues tengo mucho frío. ¿Podéis, por favor, disculparme?».

Ruth se subió con él al piso de arriba, mientras Ben y Shura observaban desde el sofá, olvidada su cháchara. Los vi intercambiar miradas especulativas, entonces nos preguntó al resto: «¿Alguien más se siente frío?».

Nadie respondió.

«¿Cómo está el cuerpo, para el resto de vosotros? ¿Algún problema?».

Theo dio su opinión, con los brazos doblados por detrás de la cabeza. «Yo diría que no es el material más amable que he probado. Tengo algunos calambres en el estómago, y no parece que pueda sentirme realmente cómodo, da igual cómo coloque las diferentes partes de mi cuerpo».

Dirigí hacia él mi mirada desde el suelo, unos pocos centímetros más allá, y expresé mi conformidad: «Sí, estoy contigo. No por el problema del estómago, pero me hace sentir una especie de pesadez; de hecho, me recuerda un poco a la capa de la MDA. No es una de mis sensaciones favoritas».

John tomó la palabra desde su esquina cerca de la gran ventana: «¿Qué es la capa de la MDA?».

«Es la razón por la que no tomo MDA. Me da una sensación en la parte superior de la espalda y alrededor de los hombros que parece como si llevase una capa de plomo. No puedo quitármela de encima, ni pensar en otra cosa. La MDA es una total pérdida de tiempo para mí, pues no experimento nada más. No hay autoconocimiento, ni contenido visual agradable, ni imágenes o fantasías; sólo el dolor en mi espalda y el deseo de salir de él».

«¡Ay, vaya!», dijo John, «¿y es eso lo que sientes ahora, con el 5-TOM?».

«No tan gravemente, pero casi, y no sucede nada dentro que sea lo suficientemente interesante para compensar el malestar corporal, de momento».

(Continuará)

PIHKAL y TIHKAL, de Shulgin, por fin en español   
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