El descubrimiento de la LSD – Gran aniversario psiquedélico (I)

En estos días, los psiconautas y drogófilos de todo el mundo tenemos motivos de alegría y celebración, ya que, hace nada menos que 72 años, el químico Albert Hofmann descubrió la LSD. Aunque la primera síntesis tuvo lugar en 1938, fue el 16 de abril cuando sospechó la psicoactividad de la sustancia, y el 19 cuando la confirmó. Por tanto, dedicamos dos entregas al magno acontecimiento, la correspondiente al día del primer contacto y la del día en que verificó sus propiedades.

Los textos que ofrecemos están tomados del libro Albert Hofmann. Vida y legado de un químico humanista, que la prestigiosa editorial La Liebre de Marzo publicó hace un par de meses, y cuyo autor es nuestro director, J. C. Ruiz Franco. En la web http://www.alberthofmann.es pueden leerse todos los detalles sobre la obra, que está siendo un éxito y que ha recibido críticas y reseñas muy positivas por parte de especialistas en la materia (algunas pueden leerse en la página citada).

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Hofmann deseaba sintetizar una sustancia similar a la Coramina, pero extraída del ergot, que ya había demostrado su enorme utilidad. La primera síntesis quedó reflejada en su cuaderno de laboratorio con fecha de 16 de noviembre de 1938. Por tanto, el gran descubrimiento que iba a tener lugar fue el producto de una planificación racional, y el azar entró en juego sólo después; no fue fruto de la casualidad, como a veces se ha dicho.

La decepción inicial (1938)

Por combinarla con ácido tartárico, la forma definitiva de la droga fue el tartrato 25 dietilamida del ácido dextro-lisérgico. Hofmann sabía qué había sintetizado, conocía la composición y el procedimiento, pero no tenía ni idea de sus propiedades y efectos. Como es habitual, la nueva sustancia fue objeto de estudio para conocer sus posibles aplicaciones. El departamento farmacológico de Sandoz, dirigido por Ernst Rothlin, demostró ese mismo año (1938) su acción uterotónica, además de cierta agitación en los animales a los que se administró. Pero no parecía tener más características, no aportaba nada especial. No presentaba efectos similares a la Coramina, relacionados con la circulación sanguínea; además, el efecto uterotónico suponía sólo el setenta por ciento del de la ergonovina. En consecuencia, la sección farmacológica de la compañía se mostró poco impresionada por la acción de este compuesto en animales y decidió dejar de desarrollarlo e investigarlo. La nueva sustancia no parecía ser interesante desde el punto de vista farmacológico, y por tanto no se realizaron más ensayos con ella.

De acuerdo con la política de la compañía, la LSD tendría que haberse descartado y olvidado, y nunca debió haberse sintetizado de nuevo. Durante casi cinco años nadie volvió a tocar la LSD-25, y los trabajos de Hofmann con el cornezuelo avanzaron por otros caminos que ya hemos comentado en el capítulo anterior. Él mismo reconoció que al principio la dietilamida del ácido lisérgico fue un fracaso porque no mostró las propiedades que se esperaban de ella. Siguió trabajando en los alcaloides del ergot; pero, a pesar de todos los logros obtenidos en este campo durante los años siguientes, no se olvidó de la LSD-25. Nuestra historia podía haber terminado aquí y Hofmann sería sólo conocido por los otros fármacos que obtuvo en el laboratorio. Habría continuado ejerciendo su trabajo en Sandoz y seguramente habría hecho algún descubrimiento sobresaliente; probablemente habría recibido numerosos premios y reconocimientos. Pero es evidente que no se habría convertido en el entrañable bioquímico que originó una revolución sociocultural con su descubrimiento. Afortunadamente para todos nosotros, en abril de 1943 produjo una nueva muestra para su análisis, basándose sólo en una corazonada y en que le gustaba su estructura química.

El presentimiento y la nueva síntesis de la sustancia (16 de abril de 1943)

Un presentimiento parecía decirle que poseía características diferentes a las esperadas, así que decidió sintetizarla de nuevo para que el departamento farmacológico pudiera realizar más pruebas. Se trataba de una iniciativa poco común, ya que, como hemos mencionado, los compuestos en fase de experimentación se desechaban en cuanto demostraban ser poco interesantes, farmacológicamente hablando.

(Escribe Hofmann)

La primera síntesis está descrita en mi cuaderno de laboratorio, con fecha 16 de noviembre de 1938. Esta dietilamida del ácido lisérgico, que se ha hecho mundialmente famosa con el nombre de LSD, fue, por tanto, el producto de una planificación racional. El azar entró en juego después.

El nuevo compuesto fue investigado farmacológicamente en el laboratorio biológico-medicinal (…) La nueva sustancia no parecía ser interesante farmacológicamente, por lo que no se realizaron más ensayos con ella. No obstante, cinco años después, de nuevo durante un creativo descanso de mediodía, y de un modo un tanto extraño, me vino a la cabeza la idea de sintetizar otra vez la dietilamida del ácido lisérgico para efectuar más pruebas farmacológicas. Me gustaba la estructura química de la sustancia, lo cual me llevó a dar este paso tan poco usual, ya que un compuesto nunca volvía a probarse cuando ya había sido descartado. Durante la nueva síntesis de la dietilamida del ácido lisérgico, efectuada tan sólo debido a una corazonada, es cuando entró en juego el azar. Al finalizar la síntesis me vi afectado por un extraño estado de conciencia, que podríamos llamar ‘psiquedélico’.

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Como buen científico —y buen suizo—, Hofmann siempre trabajaba de forma muy ordenada y meticulosa; sin embargo, alguna traza de la sustancia debió entrar en su cuerpo de modo accidental y se vio afectado por un ‘extraño estado de consciencia’.

(Escribe Hofmann)

Describo el incidente de acuerdo con el informe que remití al profesor Stoll:

Viernes, 16 de abril de 1943. A mediodía tuve que dejar de trabajar en el laboratorio y dirigirme a casa porque sentí una gran agitación, acompañada de un ligero mareo. En casa me tumbé y me sumergí en un estado similar a una intoxicación que no resultaba del todo desagradable, y que se caracterizaba por vívidas ensoñaciones. Con los ojos cerrados (la luz del sol me molestaba), pasaba por mi mente un torrente de fantásticas imágenes de extraordinaria plasticidad y un intenso juego de colores caleidoscópicos. Después de unas dos horas, ese estado desapareció.

"¿Qué me ha sucedido?", se preguntó Hofmann

Ante la confusión mental y aprovechando que era viernes se fue a casa, pero cuando regresó a su condición psíquica habitual le extrañó lo ocurrido y se preguntó por la causa. Cualquier otro investigador habría pensado que se trató sólo de una indisposición o un trastorno orgánico pasajero, se habría marchado a descansar y al día siguiente habría continuado con su trabajo como si no hubiese pasado nada. Sin embargo, nuestro protagonista —que ya conocía los estados alterados de conciencia gracias a las experiencias místicas de su infancia— sospechó que el causante había sido algún factor ajeno a su organismo, sin poder intuir aún las propiedades psiquedélicas de la sustancia con la que estaba trabajando. No sabía qué ni cómo había sucedido, pero sí que se trataba de algo importante. Años después afirmaría que en ese momento la LSD le habló, que le dijo: «Tú debes descubrirme; no me dejes en manos del farmacólogo porque él no encontrará nada».

Al principio pensó que la causa podía ser el disolvente que utilizaba, el dicloretileno, una sustancia parecida al cloroformo. Por ello, al volver al laboratorio el lunes siguiente, lo primero que hizo fue inhalarlo para comprobar si había sido el responsable de los extraños efectos. No sintió nada, por lo que, por eliminación, sólo quedaba que el causante fuera el mismo producto sintetizado, que habría entrado en su organismo de alguna forma. Esa hipótesis planteaba dos problemas. El primero era cómo pudo haber penetrado. No podía imaginarse cómo había podido absorberlo, ya que su labor solía ser pulcra y meticulosa, como hemos dicho. Era posible que una pequeña cantidad de la disolución hubiese tocado las yemas de sus dedos durante la cristalización, y que la piel hubiese absorbido una dosis infinitesimal. Otra posibilidad era que los dedos hubiesen quedado impregnados y que después la sustancia penetrara en su organismo a través del saco conjuntival, si se frotó los ojos en algún momento. En cualquier caso, la cantidad absorbida debió ser muy pequeña.

Esto último nos lleva al segundo problema: la cantidad absorbida debió ser ínfima por fuerza. Entonces, ¿cómo es posible que ejerciera unos efectos tan notables? Aquí de nuevo entró en juego el azar. Si la LSD no fuera tan potente —activa en dosis de microgramos— habría pasado desapercibida porque la cantidad absorbida por el cuerpo de Hofmann no habría producido efecto alguno. Si su potencia fuera similar, o sólo un poco mayor, a la de otras drogas similares, nunca habría sospechado su existencia y la humanidad probablemente nunca habría llegado a conocerla. Muchos años después diría al respecto:

(Escribe Hofmann)

Creo que si en aquel momento hubiera trabajado siguiendo todas las normas higiénicas, la LSD nunca se habría dado a conocer. Entró en mi cuerpo de algún modo y se manifestó. Me pidió —puesto que yo era investigador— que investigara sus orígenes. La experiencia que tuve, ese primer viaje con LSD, fue involuntaria. Fue una experiencia maravillosa y me sentí obligado a descubrir su causa. Y, al buscar sus orígenes, escuché una misteriosa voz que pude identificar como la de la LSD. Sin este pequeño percance que, por supuesto, no fue un percance (seguramente era mi destino descubrir esta sustancia) —sin mis trabajos de química, pero también sin mi descuido al manipular la sustancia—, este descubrimiento no habría sido posible. Creo que la LSD me dijo: «Preséntame al mundo para que no caiga en el olvido».

 

(Continuará)