Introducción al libro PIHKAL (II)

(Puedes leer la primera parte aquí)

Permítame el lector intentar aclarar algunas de las razones por las que considero a la experiencia psiquedélica un tesoro personal.

Estoy totalmente convencido de que existe un compendio de información que se ha desarrollado dentro de nosotros, que llega a ser tan extenso como una cantidad consistente en muchos kilómetros de conocimiento intuitivo perfectamente comprimidos dentro del material genético de cada una de nuestra células. Sería algo parecido a una biblioteca que contiene un número prácticamente infinito de libros de referencia, pero sin un modo de acceso que conozcamos. Y al no disponer de ningún procedimiento de entrada, no hay forma de tener ni siquiera una ligera idea inicial sobre la cantidad y la calidad de lo que hay allí dentro. Las drogas psiquedélicas permiten la exploración del mundo interno, así como el surgimiento de ideas que nos informen sobre su naturaleza.

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Nuestra generación es la primera, en toda la historia, en haber convertido el autoconocimiento en un crimen, cuando se alcanza mediante el uso de plantas o compuestos químicos como métodos para abrir las puertas de la psique. Pero esa necesidad de conocer qué hay allí dentro siempre está presente, y aumenta en intensidad a medida que envejecemos.

Cierto día, cuando miras a la cara a un nieto recién nacido, detectas que te has puesto a pensar que su nacimiento pone de manifiesto la continua y rica complejidad de la esencia del tiempo al fluir desde el pasado hacia el futuro. Te das cuenta de que la vida continuamente se expresa de distintas maneras y con diferentes identidades, pero que, sea lo que fuere aquello que da forma a cada nueva expresión, que la hace posible, no cambia nada en absoluto.

“¿De dónde procede su alma, que es única de su ser?”, te preguntas. “Y adónde se dirige mi alma, la que me da la esencia a mí? ¿Hay realmente algo ahí fuera, que se manifiesta después de la muerte? ¿Hay un propósito subyacente a toda la realidad que percibimos? ¿Existen un orden y una estructura omnipresentes que permiten dar sentido a todo, o sería consciente de ello si pudiera ver esas entidades ocultas?”. Sientes la necesidad de preguntar, de investigar, de utilizar el poco tiempo que tal vez tengas, en vistas a la búsqueda de formas para atar todos los cabos sueltos, para comprender lo que exige ser comprendido.

Esta es la búsqueda que ha formado parte de la vida humana desde el primer momento en que tuvo consciencia. El conocimiento de su propia mortalidad –un conocimiento que le hace ser distinto de sus compañeros, los demás animales- es lo que da al ser humano el derecho, el permiso, para explorar la naturaleza de sus propios alma y espíritu, con el objetivo de descubrir lo que pueda sobre los componentes de la psique humana.

Cada uno de nosotros, en algún momento de nuestra vida, nos sentiremos como si fuéramos extraños en el extraño ámbito de nuestra propia existencia, y entonces necesitaremos respuestas a las preguntas que han surgido de lo más profundo de nuestra alma y que nunca desaparecerán.

Tanto las preguntas como sus respuestas tienen el mismo origen: uno mismo.

Esta fuente, esta parte de nosotros, ha sido denominada de muchas formas a lo largo de la historia del ser humano, y la más reciente ha sido llamarla “el inconsciente” (…)

Esta es una de las razones por las que considero tesoros a las drogas psiquedélicas. Tienen la capacidad de proporcionar acceso a las partes de nosotros que disponen de las respuestas. Pueden hacerlo, pero, de nuevo, no tienen por qué hacerlo y probablemente no lo hagan, a menos que hacer posible ese acceso sea el verdadero propósito por el que se utilizan.

De cada uno depende utilizar estas herramientas bien y de manera adecuada. Una droga psiquedélica podría compararse a la televisión. Puede ser muy reveladora, muy instructiva y –con un extremo cuidado en la selección de los canales- podríamos lograr los medios para llegar a poseer un conocimiento extraordinario. Sin embargo, para mucha gente, las drogas psiquedélicas son simplemente otra forma de diversión; no buscan nada profundo, y de ese modo –normalmente- no experimentan nada profundo.

El potencial de las drogas psiquedélicas para proporcionar acceso al universo interior es –creo yo- su característica más valiosa.

Desde los primeros tiempos del ser humano sobre la Tierra, hemos buscado y utilizado plantas específicas que han servido para modificar la forma en que interactuamos con el mundo y en que nos comunicamos con los dioses y con nosotros mismos. En cada cultura, ha habido cierto porcentaje de la población –normalmente los chamanes, curanderos, hombres-medicina- que han utilizado tal o cual planta para conseguir una transformación en su estado de consciencia (…)

Se han descubierto muchas plantas para cubrir las necesidades humanas. A la humanidad siempre la ha acompañado el dolor no deseado. Igual que en la actualidad existen usuarios de heroína (o de fentanilo o hidrocodona), muchos siglos antes esta función analgésica la ha desempeñado el opio en el Viejo Mundo y la datura en el Nuevo Mundo, la mandrágora en Europa y norte de África, por nombrar algunas sustancias (…)

También ha estado siempre presente en la humanidad la necesidad de encontrar fuentes de energía adicional. Y, del mismo modo que nosotros tenemos usuarios de cafeína o de cocaína, durante siglos las fuentes naturales han sido el mate o la planta de la coca en el Nuevo Mundo, el kat en Asia Menor, la kola en el norte de África, etc (…)

Además, existe la necesidad de explorar el mundo que se encuentra justo más allá de los límites inmediatos de nuestros sentidos y nuestro entendimiento; eso también ha acompañado a la humanidad desde el principio (…)

Uno de los principios más importantes de nuestra civilización ha sido siempre su respeto por el individuo (…) Cómo es posible, entonces, que los líderes de nuestra sociedad hayan decidido emprender el intento de eliminar este medio tan importante de aprendizaje y autodescubrimiento (…) ¿Por qué, por ejemplo el peyote, que ha servido durante siglos como medio con el cual una persona podía abrir su alma a una experiencia con su dios, ha sido clasificado por nuestros gobiernos como una sustancia perteneciente al Grupo I, junto con la heroína y el PCP? ¿Es esta forma de condena legal el resultado de la ignorancia, la presión de las religiones organizadas o un creciente deseo de obligar a la población a expresar su conformidad con lo establecido? Parte de la respuesta puede consistir en una creciente tendencia, en nuestra cultura, tanto al paternalismo como al etnocentrismo? (…)

He explicado algunas de mis razones para afirmar que las drogas psiquedélicas son tesoros. Hay otras, y muchas de ellas aparecerán a lo largo de la historia que vamos a contar. Está, por ejemplo, el efecto que ejercen en mi percepción de los colores, que es totalmente digna de tener en cuenta. Asimismo, está la profundización de mi conocimiento emocional con otra persona, que puede llegar a ser una experiencia muy hermosa (…)

Me considero personalmente bendecido por haber experimentado, aunque haya sido brevemente, la existencia de Dios. He llegado a sentir una unión sagrada con la creación y su Creador, y –lo más sorprendente de todo- he podido tomar contacto con lo más profundo de mi propia alma.

Por todas estas razones he dedicado mi vida a este ámbito de investigación. Algún día tal vez entienda cómo estos sencillos catalizadores hacen lo que logran hacer. Mientras tanto, estaré en deuda con ellos para siempre. Y también seré su defensor para siempre.

 

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